Lo que debe garantizar un gobierno es que la «destrucción creativa» se pueda cumplir sin restricción, y que la gente pueda encontrar rápido un empleo al expresar sus esfuerzos en la libre competencia y el libre sistema de precios.
A principios del siglo pasado, se pensaba que la mejor forma de minimizar costos para los agentes económicos era la de organizarse entre individuos para formar una empresa y no la relación individual entre comprador y vendedor. Se daba por hecho que las transacciones individuales implicarían mayores costos que la utilidad obtenida. Y tenían razón, descomponer el proceso cooperativo significaba una serie de negocios independientes que romperían el esquema de productividad y habría un considerable aumento en términos de costos, por ejemplo: costos de contratación, de búsqueda de precios, de comunicación, de inercia en la formación de precio, entre otros. La conclusión siempre se entendió en que era mejor desempeñar todas esas funciones dentro de la empresa que hacerlo fragmentado, ya que el resultado de la transacción interna era más económico.
Hoy en día, dicho paradigma ha perdido fuerza, por el simple hecho de que las mejoras en las organizaciones técnicas, es decir, «la tecnología», han permitido reducir los costos de transacción a casi cero. La hipótesis es bien explicada por el economista Joseph Schumpeter, quien señalaba que la capacidad de producir más y mejor para un número mayor de demandantes haría que el capital se trasladara de los sectores menos rentables a los de mejor expectativa. A la anterior explicación la conceptualizó como la “destrucción creativa”. Cuando una economía presenta la característica de destruir para hacer nuevas inversiones, el progreso económico irá en buen sentido.
Ejemplos sobran en la vida real para describir este fenómeno, bien podría ser el caso de Blackberry, aquel gigante creador de dispositivos inalámbricos. Una compañía que se quedó sentada disfrutando de sus éxitos sin tomar en cuenta que sus competidores trabajaban de sol a sol para apropiarse de su fortuna. Si bien en la década de los 90 del siglo pasado fueron una marca innovadora por su teclado, su funcionalidad y el glamour empresarial de tener un dispositivo de ese calibre, para inicios de 2010, compañías como Apple y Google desarrollaron una tecnología que apostaba por la pantalla táctil, por aplicaciones desarrolladas por personas que no estaban sujetas a la exclusividad de la empresa y una mejor funcionalidad multimedia. La quiebra de Blackberry era inevitable.
Otros ejemplos fueron la cadena de franquicia de videoclubes Blockbuster, al no anticipar su mercado a la nueva era digital de las películas; Kodak, aquella multinacional de equipamiento fotográfico que sufrió el embate de los teléfonos con cámara incluida a un mucho menor costo y mayor practicidad; innumerables negocios de estudios de producción que fueron sustituidos por softwares que podían arrojar el mismo resultado con la disposición de tener un equipo de computación. Cabe destacar el caso de los fabricantes de automóviles, que fueron desplazados por producir carros que consumían grandes cantidades de gasolina y no se alineaban a los crecientes precios del petróleo y la gasolina, como el sonado caso de GM y Toyota en EEUU, cuando este último fabricó automóviles más pequeños, prácticos, de menor precio final y ahorradores de combustible.
La lista de las constantes quiebras de empresas que no se sirvieron del principio de la “destrucción creativa” es larga. Cabe mencionar, que está pandemia potencializó negocios como el comercio electrónico a niveles de crecimiento nunca antes visto, tema que analizaremos en un próximo artículo.
Si bien el hecho de que el cierre de estas empresas trae consigo una enorme pérdida de empleos en el corto plazo, eso no significa que haya una destrucción de riqueza nacional, sino por el contrario, brinda la posibilidad de que nuevos competidores entren al mercado con mejores procesos y mejores oportunidades laborales para aquellos trabajadores desplazados (hecho sustentado con una amplia evidencia empírica). No sólo compensan la pérdida, sino que generan mayor riqueza, esencial para aumentar la productividad y reducir los costos (economías de escala). A menores precios, mayor demanda por el producto y/o en su caso, mayores recursos tanto para empresarios y que puedan invertir, como para consumidores al reforzar su poder de compra.
Lo que debe garantizar un gobierno es que la dinámica anterior se pueda cumplir sin restricción, y que la gente pueda encontrar rápido un empleo al expresar sus esfuerzos en la libre competencia y el libre sistema de precios.
Sólo recordar, amigo lector, que esto no significa proteger al empresario, sino beneficiar al consumidor, a personas como usted y yo. El objetivo radica en mejorar nuestra forma de vivir y hacer la vida en sí, más fácil y con mejores incentivos a mejorar.
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