julio 26, 2024

EMPREFINANZAS

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Los «expertos» también son analfabetas económicos (y destruyen muchas vidas)

Rodrigo Hernández

Los políticos, sus empleados, y sus expertos en reducidas y estrechas áreas académicas, harían bien en conocer sus propias limitaciones… o por lo menos podrían enterarse de los desastres creados por expertos en el Siglo XX.

Como bien argumenta el economista Thomas Sowell, el problema de los ¨intelectuales¨ es que ganan un premio Nobel de una cosa, muy específica, en un área muy estrecha del conocimiento y son tan ignorantes sobre la gran mayoría de las cosas al igual que el resto de la humanidad. Son más como cualquiera de nosotros de lo que suelen vendernos. Con los premios vienen las entrevistas y las preguntas sobre cualquier cantidad de cosas fuera de su rama de especialidad. 

En Intellectuals and Society (2012), Sowell habla de conocimiento consecuencial. Aquél cuya presencia o ausencia tiene consecuencias, serias consecuencias. En una de sus múltiples entrevistas en Uncommon Knowledge con Peter Robinson, Sowell clarifica que se refiere con intelectuales a personas cuyo producto final son ideas. Siendo que existen otras personas de gran inteligencia cuyos productos son cosas como la vacuna contra la polio (el ejemplo es suyo). Pero que las consecuencias de las malas ideas no las paga el experto. El intelectual puede provocar una gran crisis y mantener su planta académica, los libros, las conferencias y la fama.

Por tanto, un investigador científico no es necesariamente un intelectual. Un ingeniero tampoco es necesariamente un intelectual. Pero, sobre todo, ni un ingeniero, ni un investigador, ni un Nobel “experto” deben dictar el rumbo de la vida de sus prójimos, ni del planeta entero.

En recientes declaraciones, el Premio Nobel de Química de 1995, Mario Molina instó a que autoritariamente los gobiernos sustituyan los hidrocarburos por energías llamadas renovables en menos de 10 años. Las declaraciones se dan en la conferencia de Molina que se tituló ¨Cambio climático. Ciencia y política¨. Curiosamente los reportes periodísticos indican que la charla fue más política que ciencia. 

Se relata que habló de la necesidad de obedecer a convenios entre políticos (eufemísticamente vendidos como acuerdos internacionales), llamando a que gobernantes tomen decisiones a partir de conocimientos científicos y no a voces inexpertas: ¨Tenemos que convencer a nuestros jefes de Estado y personal de alto nivel de todos los gobiernos de que le hagan mucho caso a la ciencia, que no tomen decisiones basadas en ideas que no son científicas¨.

De aplicarse la falacia ad verecundiam en tan corto plazo, Mario Molina estaría condenando a cientos de millones de personas a morir de hambre, de calor o de frío según su geografía y la estación del año. A morir de enfermedades curables. A morir o sufrir innecesariamente por demás problemas derivados de la falta de energía, de fertilizantes y alimentos, cadenas de frío, transporte intercontinental, medicamentos, etc. Los que sobrevivan bajo esa utopía vivirán en una situación más parecida a la pobreza de siglos pasados. 

Además de reportarse que pronunció diversas falsedades en la conferencia para construir su argumento desde la autoridad, la idea de Molina detendría los fabulosos logros de crecimiento y reducción de la pobreza, el hambre y la enfermedad en el planeta entero durante las últimas décadas. Frenaría el desarrollo de incontables naciones. Condenaría, por ejemplo, a medias África y América Latina a la miseria permanente. Sin energía, sin salida, sin futuro.

Encumbrados como Mario Molina no se enteran de la destrucción derivada de la planificación central. De los totalitarismos ¨científicos¨ del Siglo XX con sus genocidios y guerras mundiales. No se enteran que Robert Thomas Malthus estuvo equivocado sobre el futuro de la población y su contemporáneo, el economista Nassau William Senior estuvo en lo correcto. No se enteran que el activista ecologista Paul Ehrlich perdió la apuesta ante el economista Julian Simon. No han visto el fracaso de los modelos de propagación epidemiológica del COVID-19. No han visto la brillante carrera de histeria y destrucción causada por expertos epidemiólogos como Neil Ferguson y el Imperial College. Ellos no pagan el costo de sus errores.

La tecnología incluyendo la de generación energética, ha mejorado aceleradamente y no sabremos hasta dónde llegará. Sospecho que su progreso no tendrá fin. Pero no se desarrolla mágicamente de un día para otro.

Los políticos, sus empleados, y sus expertos en reducidas y estrechas áreas académicas, harían bien en conocer sus propias limitaciones y revisar las lecciones de Hayek sobre la dispersión del conocimiento, que está difuso entre miles de millones de seres humanos. O por lo menos podrían enterarse de los desastres creados por expertos en el Siglo XX.

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