Las patologías trumpianas se han agravado con el arribo de la pandemia y del consecuente colapso económico, alrededor de lo que ha tejido un enjambre de mentiras que rompen su ya prodigioso récord.
Este columnista no deja de sorprenderse que cada vez que cree que la ineptitud y cinismo de Trump no pueden caer más bajo, él logra seguir despeñándose y, de paso, ultraja a quienes califica como sus enemigos sobre todo los medios que no lo alaban como cree merecer, y anuncia que toma una pócima anti-Covid-19.
En el camino, inventa nuevos villanos y conspiraciones en su contra, que incluyen con mayor virulencia a su antecesor, Barack Obama, además de a su presunto rival en la próxima elección presidencial, Joe Biden, a quien le imputa todas las lacras que él mismo ostenta con vergonzoso impudor.
Las patologías trumpianas se han agravado con el arribo de la pandemia y del consecuente colapso económico, alrededor de lo que ha tejido un enjambre de mentiras que rompen su ya prodigioso récord, al negar su gravedad y posponer criminalmente las acciones preventivas indispensables.
Sin un plan nacional coherente, las familias, escuelas, empresas y gobiernos locales tienen que decidir qué hacer con escasa y parcial información. No hubo suficiente equipo con los elementos básicos para medir la expansión del mal o para protegerse de sus consecuencias, por lo que todos tuvieron que improvisar.
Después de muchos tumbos y sinrazones, Trump al fin vio la crisis de salud como una oportunidad política -le vino como anillo al dedo- y se autodefinió como “un presidente en tiempos de guerra,” a pesar de que su única experiencia bélica fue conseguir 5 diferimientos en la conscripción obligatoria para ir a Vietnam alegando tener “espolones óseos” en los pies, mientras jugaba tenis, fútbol y golf.
Trump tomó al Partido Republicano, del que nunca había sido miembro, y lo convirtió en un movimiento populista y demagógico, con lo que los intelectuales del Partido renunciaron, y nunca pretendió ser el líder de todos, satisfecho con quedarse solo con sus fanáticos leales.
Como un pirómano desenfrenado en una pradera reseca, Trump se dedicó a calcinar lo que quedaba de la vida cívica del país, concentrándose en dividir a unos contra otros, a emprender una lucha de clases en la que decía estar con los de abajo pero daba a ganar a sus cómplices y a sus cómplices ricos.
El demagogo decidió destruir el servicio civil, corriendo a los mejores y más capacitados funcionarios, con estudios y especialidades con frecuencia pagados por el propio gobierno, para remplazarlos con ignaros sin educación u oficio alguno, siempre y cuando fueran incondicionales.
Un modelo económico liberal bajo ataque reiterado desde la crisis de 2008, y una brecha creciente entre los ricos y los demás, fueron el caldo de cultivo ideal para que un estafador al frente de un gobierno vacuo e inepto, y su movimiento político carente de ideas, aprovecharan la pandemia para dividir aún más al país.
Cualquier similitud entre la hecatombe económica y de salud que sucede en EU, en buena medida agravada por la perversidad de Trump, y lo que ocurre en México con su benemérito líder al frente, no es coincidencia: son iguales.
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