julio 26, 2024

EMPREFINANZAS

ABRIENDO NUEVOS CAMINOS HACIA LA INFORMACION

EL PUNTO SOBRE LA I

Arturo Damm

“En política, el 51 es 100, y el 49 es 0.”

Martin Krause

Así sucede en las democracias: la mitad más uno se lleva todo, la mitad menos uno se lleva nada. La mínima mayoría, la mitad más uno, ¡solamente uno!, lo gana todo. Nunca uno había logrado tanto. La máxima minoría, la mitad menos uno, ¡únicamente uno!, lo pierde todo. Nunca tantos habían logrado tan poco.

Pensémoslo un momento, en las democracias, la mitad más uno, la mínima mayoría, ¿lo gana todo? Y la máxima minoría, la mitad menos uno, ¿lo pierde todo? La respuesta depende de qué es aquello sobre lo cual la mayoría decide y la minoría obedece. En la democracia, ¿todo debe estar sujeto a la voluntad de la mayoría? Por su puesto que no, lo cual nos lleva a esta pregunta. En la democracia: ¿qué debe estar sujeto, y qué no, a la decisión de la mayoría? La respuesta (correcta) a la segunda pregunta nos proporciona, por eliminación, la respuesta (correcta) a la primera.

En la democracia no debe estar sujeto a la decisión de la mayoría el respeto a los derechos de la persona, comenzando por los naturales, que son aquellos con los que la persona es concebida: vida, libertad individual y propiedad privada. En la democracia, rectamente entendida y correctamente practicada, debe decidirse quién, de los candidatos al poder político, es el más capaz para realizar la tarea irrenunciable del gobierno: respetar y hacer respetar los derechos de las personas y castigar a quien los viole. En la democracia, justamente concebida y adecuadamente ejercitada, la mayoría no debe decir un qué (sí o no respetar los derechos de las personas) sino un quién (quién es el más capaz para respetar y hacer respetar los derechos de las personas).

En el Estado de Derecho, que consiste en el gobierno de las leyes justas, que reconocen plenamente, definen puntualmente y garantizan jurídicamente los derechos de las personas, la mayoría, absoluta o relativa, no debe decidir un quésino un quién. Debe decidirse quién es el más capaz para hacer valer los derechos de las personas, no si esos derechos deben reconocerse plenamente, definirse puntualmente y garantizarse jurídicamente.En el Estado de Derecho, aquello sobre lo cual debe decidir la mayoría, y por lo tanto obedecer la minoría, es una pequeña, ¡muy pequeña!, porción de aquello sobre lo cual puede decidir la mayoría.

Responder correctamente la pregunta ¿qué debe decidir la mayoría? fue, es y será la pregunta más importante en torno a la democracia, de cuya respuesta depende, para empezar, hasta dónde llega el gobierno; qué tanto pierde la minoría, que puede ser la mitad menos (nada más) uno; qué tanto gana la mayoría, que puede ser la mitad más (nada más) uno. Si la mayoría no decide en torno al respeto de los derechos de la persona, aceptando que los mismos deben respetarse; reconociendo que la función de la ley es reconocerlos plenamente, definirlos puntualmente y garantizarlos jurídicamente; aceptando que la tarea del gobierno es, partiendo de la ley, defenderlos, entonces lo que pierde la minoría es solo aquello que sí debe perder: la venia para violar los derechos de los demás, y lo que gana la mayoría es solamente aquello que sí debe ganar: el respeto a sus derechos, que al final de cuentas es para todos.

El problema en la democracia contemporánea, como lo señala Bertrand de Jouvenel, es que “las elecciones no son más que un plebiscito por el cual todo un pueblo se impone el poder de una pandilla”, y se lo impone porque no solo se elige un quién sino muchos qué, la mayoría de los cuales dan como resultado la violación de los derechos de las personas.

Por ello, pongamos el punto sobre la i.