“ANTES DE QUE SE CORROMPIERA ESA PALABREJA, LOS MALHECHORES COMETÍAN DELITOS, NO “HECHOS DE CORRUPCIÓN”.”
El idioma español es riquísimo, pero en su mayor parte, la gente lo conoce tan mal que usa en exceso poquísimas palabras. Ejemplo: todo es “información”, pero la palabra de más moda ya es inútil y hasta contraproducente: “corrupción”. Agradezco a una amiga a quien no nombro pero que se reconocerá en estas líneas, el hacerme distinguir lo que digo aquí.
Tanto decirla ha corrompido todo, empezando por el lenguaje. La Madre Academia la define de estas maneras:
- f. Acción y efecto de corromper o corromperse.
- f. Alteración o vicio en un libro o escrito.
- f. Vicio o abuso introducido en las cosas no materiales. Corrupción de costumbres, de voces.
- f. En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.
- f. desus. diarrea.
La tercera acepción es grave: adulteración de las voces, enviciamiento de las palabras, abuso del idioma. Corromper el lenguaje corrompe todo lo humano, igual que adulterar el vino lo hace desde inutilizable hasta venenoso. Y una acepción que denota su uso excesivo, es la quinta: padecen diarrea verbosa los que para toda transgresión acusan de corrupción a los corruptos y sus corruptelas, en vez de señalar lo que son: delincuentes.
Vaya palabreja. Es corrupción robar, engañar, morder, sobornar, defraudar, aprovecharse del poder, alterar documentos, corromper a menores de edad o a mayores. Son corrupción la demagogia, la mentira, las prácticas clientelares de los políticos y de sus partidos, traficar con influencias, comprar jueces, hacer perdedizos los expedientes judiciales, y las hazañas de demasiados gobernadores. Son corruptos en su inmensa mayoría los directores y custodios de las cárceles, son corruptos los policías que entran buscando no un empleo sino un negocio, son corruptísimos los agentes de tránsito que cazan infractores del hoy no circula en vez de agilizar la circulación y evitar bloqueos en las bocacalles. Es corrupto el representante de la ley que con policíaca cortesía propone al infractor “ái se lo dejo a su criterio” o pregunta “¿cómo le hacemos?” o de plano “cáigase con una lana”. Es corrupción el peculado, conculcar las leyes para beneficio propio, usar bienes públicos para fines privados, lavar el dinero de los contribuyentes, utilizar los impuestos y servirse de las arcas públicas, inflar contratos, maquillar licitaciones, coludirse funcionarios con contratistas, inventar infracciones de uso del suelo, cerrar obras y restaurantes por motivos baladíes, extorsionar con leyes y reglamentos incumplibles (y legislarlos); pedir que me moche para cobrar un cheque, o hasta pedir mordida para ¡pagar impuestos! (me ocurrió una vez; yo también soy corrupto, pues).
Todo eso aparece en los códigos penales y antes de que se corrompiera esa palabreja, los malhechores cometían delitos, no “hechos de corrupción”.
Mi primer contacto con ella ocurrió cuando un agente de tránsito vestido de color tamarindo detuvo en una esquina al chofer de mi abuela, que no traía licencia. Rafael (así se llamaba) sacó un billete de $10 y sin mediar palabra se lo dio al representante de la ley, quien respondió “¡ésa es la mejor licencia!” Corrían los años 50 y diez pesos eran mucho dinero pero en ese entonces, el niño que yo era no sabía que tanto el tamarindo como el chofer cometían delitos bien tipificados.
No me explico por qué no hablan de delitos y sí de corrupción. ¿O sí me lo explico?
Decía que ese vocablo es contraproducente. En una búsqueda rápida por internet no encontré una definición legal de corrupción. Cosa chistosa: es difícil combatir lo que no se define claramente y de forma accesible. En la reformadísima Constitución, corrupción aparece 21 veces, pero no se define; tampoco “hechos de corrupción” que aparecen 8 veces. Todos creen entenderla, pero no se sabe bien a bien qué es.
Supongo que la indefinición aprovecha a quienes inventan organismos para combatirla: hacen instituciones y leyes para combatir una especie de puré que nadie define y todos creen entender. Por esa falta de claridad, y porque los criminales no dan factura ni se dejan fotografiar al cometer “hechos de corrupción”, se dificulta toda lucha contra ellos.
La Constitución de 1917 hablaba de procuradores cuya chamba era procurar justicia y combatir la delincuencia según los códigos penales; de allí nacieron las procuradurías. Mas hoy, curiosamente, en la PGR hay lugar (vacante) para un “Fiscal especializado en materia de delitos relacionados con hechos de corrupción”. Así de corto el título. Así de inútil, pues lo ponen en una institución cuyo objetivo era y sigue siendo combatir delitos, no “hechos de corrupción”, todos ellos (todos) tipificados como delitos en los códigos. Si de por sí abundan en la desprestigiada PGR las fiscalías especiales, me pregunto de qué sirve ésa.
Quod erat demostrandum: el rimbombante “Sistema Nacional Anticorrupción” resulta una excrecencia innecesaria y hasta contraproducente porque combatir la delincuencia ya daba sentido a la procuraduría de que forma parte. Combatir en ella misma delitos llamados diferentemente y hacerle dos divisiones resulta tan ilógico que sólo cabe pensar mal.
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