“En todas partes, encontramos alguna tribu guerrera de hombres salvajes rompiendo los límites de otras personas menos guerreras, estableciéndose como nobleza y fundando su Estado.”
Franz Oppenheimer
¿Cuál es el origen del Estado y sus gobiernos? Respuestas las encontramos a lo largo de la historia del pensamiento, desde Platón (427 – 347 AC) hasta Hobbes (1588 – 1679), desde Hobbes hasta Oppenheimer (1864 – 1943), repuestas que han señalado como origen del Estado y sus gobiernos, desde la conveniencia de cooperar unos con otros con el fin de asegurar la sobrevivencia, pasando por la celebración de un contrato social, hasta el poder para imponer obligaciones, prohibiciones y castigos.
En el primer caso (identificar a la conveniencia de cooperar unos con otros con el fin de asegurar la sobrevivencia como el origen del Estado y de los gobiernos), el resultado es una comunidad (grupos de personas con fines comunes, por ejemplo: conseguir mayores niveles de bienestar), pero no necesariamente el Estado y un gobierno, si bien es cierto que allí donde dos o más personas cooperan son necesarias ciertas reglas del juego y determinados agentes que las hagan valer, lo cual (promulgar leyes y hacerlas valer), se identifica como tareas propias del Estado y los gobiernos.
En el segundo caso (identificar al contrato social como el origen del Estado y de los gobiernos), el resultado es una quimera porque en ningún momento de la historia de la humanidad, ni en ningún lugar del planeta, se ha redactado y firmado tal contrato, que sólo sirve para “justificar” el poder que unos (los gobernantes) ejercen sobre otros (los gobernados), poder que es esencialmente el de prohibir, obligar y castigar, triple poder que debe plantearnos esta pregunta: ¿qué justifica que unos seres humanos (los gobernantes) lo ejerzan sobre otros seres humanos (los gobernados), prohibiéndoles ciertas conductas, obligándolos a la realización de otras, y castigándolos si no lo hacen? Respuesta: el contrato social. ¿Qué tenemos? Una quimera, una ilusión, una utopía, producto de la fantasía.
En el tercer caso (identificar al poder de unos para exigir de otros ciertos comportamientos, y para castigarlos en caso de que no obedezcan, como el origen del Estado y de los gobiernos), el resultado es el Estado, sus leyes, sus gobiernos, tal y como los conocemos hoy, tal y como los padecemos hoy, y escribo padecemos porque quienes detentan ese poder acaban prohibiendo conductas que no deberían prohibir, exigiendo otras que tampoco deberían exigir, y castigando a quienes no obedecen, o por hacer lo prohibido, o por no hacer lo obligado. El que prohíban conductas que no deberían prohibir, y el que exijan otras que no deberían exigir, lo hacen, no porque tengan el derecho para hacerlo (porque si no deben prohibir o exigir ciertas conductas es porque no tienen el derecho para hacerlo), sino porque tienen el poder para hacerlo, ¡algo muy distinto!, poder que es el de violar los derechos de los otros, “rompiendo los límites de otras personas menos guerreras” o, dicho de otra manera, “violando los derechos de otras personas con menos poder para evitarlo”.
De las tres posibles respuestas a la pregunta por el origen del Estado y de sus gobiernos (conveniencia de cooperar unos con otros con el fin de asegurar la sobrevivencia; celebración de un contrato social; la fuerza para imponer obligaciones, prohibiciones y castigos), y viendo el mundo contemporáneo, este en el cual vivimos, ¿cuál es la correcta? El que la fuerza a la que se hace alusión en la tercera respuesta se “avale” con leyes, ¿la hace justa? No.
Las preguntas son: ¿qué conductas (positivas: hacer algo; negativas: no hacer algo) debe exigir el gobierno? y, por lo tanto, ¿qué conductas debe castigar? ¿Las que se le ocurra al gobernante en turno? No, claro que no.
Por ello, pongamos el punto sobre la i.
Más historias
Hay balance positivo del sector transporte de carga mexicano en 2024: ELAM-FAW
Alarmante la demanda de Donald Trump contra el diario Des Moines Register: SIP
Latinoamérica y el Caribe, con baja capacidad para crecer en 2025: Cepal