“EL PRIMER AÑO DEL PRESIDENTE QUE CALIFICABAN DE INEPTO Y LOCO, NO FUE PROGRESISTA, TAMPOCO SIN DIRECCIÓN. ¿HABRÁ SIDO MARCADO POR LA GOBERNANZA CONSERVADORA MÁS EXITOSA DESDE LA ERA DE RONALD REAGAN?”
Trump en estos momentos está enfrentando muchas batallas. La primera es con Robert Mueller y sus investigaciones. Hasta hoy, después de chismes y especulaciones, el chorreo para la prensa, no se ha encontrado evidencia de alguna colusión Rusia-Trump. Sin embargo, a los investigadores de Mueller se les acusa de tener un conflicto de intereses, falta de profesionalismo y, en especial, de favoritismo político. Las bases de la ejecutoria contra Trump, la fusión de GPS-Steele y su dossier, están totalmente desacreditadas. Mientras más se conoce el contenido del archivo de Steele, pagado por la campaña de Clinton, todo esto percudido por el “rumor” de intervenciones rusas, pedaleados luego por el FBI, manipulados por la administración Obama para justificar el espionaje de FISA, y entregar el contenido a reporteros en la nómina de Obama y la campaña Clinton—cada día se hace más evidente que Mueller lleva a cabo sus investigaciones en el lugar equivocado.
Otra ironía es que en la lucha contra la expedición punitiva de Mueller, se pueden reactivar acciones para reinvestigar los pecaminosos correos electrónicos de Clinton que fueran abortados. La administración Obama no se libra de estos pecados, al ignorar las operaciones de Uranio que Hilary Clinton llevó a cabo de manera ilegal, las violaciones de ella en sus acuerdos con la administración Obama para reportar las fuentes de todas las donaciones privadas a la Fundación, durante su estancia como Secretaria de Estado.
La resistencia de parte del Departamento de Justicia y el FBI para entregar los documentos que prueben todas esas faltas, está provocando la intervención del Congreso para obtenerlos. Pero si los republicanos pierden el congreso en la elección de noviembre, estas investigaciones se cancelarán. Una mayoría demócrata le daría mano libre a Mueller para hacer lo que él mismo decida, sin preocupación de las quejas pasadas acerca de la falta de ética de su investigación. La selección de los comités de Inteligencia y Judiciales, iniciarían audiencias y luego procedimientos para desaforar a Trump.
Pero si durante los siguientes meses se dan a conocer revelaciones explosivas acerca del uso ilegal del dossier Steele, y las interminables acciones escandalosas e ilegales de Clinton, mientras que el equipo de Mueller se protege para que no le afecte demasiado las ilegales persecuciones de subordinados de Trump, por transgresiones que nada tienen que ver con el mandato original de Mueller; ¡investigar la colusión Rusia-Trump! entonces Trump habrá ganado esta guerra legal. Si eso sucede, Trump finalmente habrá no solo librado la crisis de la colusión, será también beneficiario del esfuerzo más escandaloso que se haya ejecutado en la historia del país para arruinar una campaña política, y del vergonzoso espionaje ilegal del que fueran objeto ciudadanos americanos.
Trump sostiene una cuarta guerra. Es un enfrentamiento perpetuo con la media cuya forma de cubrirlo, según análisis no partidarios, el 95% es anti Trump. Esas noticias han estado alimentando en la cultura popular el asesinato de Trump. Los histéricos gritos de los comediantes en los programas de TV al final del día, el esfuerzo permanente para ir armando su destitución, solicitudes para invocar la enmienda #25. Las amenazas de Madona y otras estrellas, los ladridos de la representante Maxim Waters, la resistencia de los estados demócratas nulificando las leyes migratorias, y no cumplir con cualquier política de Trump, las fábulas conspiratorias del representante Adam Schiff, son todos alimentados por la importancia que les da la media y las interpretaciones hostiles hacia Trump. Los cabecillas de las noticias anti Trump, están decididos a lograr lo que la campaña de Clinton, los golpeadores de Obama, y los burócratas del Estado Profundo no han podido. Han tratado tanto de hundir a Trump, que ambos, el mensajero como su mensaje se han hecho irrelevantes.
Trump libra esta guerra contra la media, como la quimioterapia batalla al cáncer. Sus expresiones en contra de las “noticias falsas” y “periodistas vendidos”, son para exhibir esa media comprometida con las causas socialistas del Estado Profundo. Por los anémicos números de su popularidad, se pudiera pensar la media va ganando la batalla para etiquetar a Trump como socio de Putin, experto en sacar provecho, golfista tramposo, evasor de impuestos, depredador sexual, promotor de guerras, y un senil septuagenario. Pero a la media le está yendo peor que a Trump. En su batalla han destruido su credibilidad, han tenido que despedir periodistas estrellas por sus reportajes falsos. Han sido avergonzados por invitados a programas vertiendo su veneno, han sufrido por el rumor general que sus empleados desean la muerte de Trump, y han visto sus periodistas anclas y corresponsales especiales, diariamente y en vivo, explotar en rabiosas explosiones en contra del presidente.
El partido demócrata centrista de los 90s ya no existe. En su lugar ha surgido la coalición de un parchado grupo de causas progresistas y estatistas. El compulsivo distribucionismo de Berni Sanders y Elizabeth Warren, es ahora el plato fuerte en el menú del partido. El legado de Obama de liderar desde la trastienda es ahora su política internacional. Contra todo ese odio dirigido a Trump, la persona, su agenda —recorte de impuestos, alto al enemigo, repatriación de industria vía mejor ambiente de negocios, crecimiento del empleo, resguardo efectivo de las fronteras, más energía barata, retornos de capital— camina por ruta firme. El Trumpismo es más popular que Trump y los asuntos manoseados por los demócratas—aumento de impuestos, el gobierno regordete, más y más abundante “free lunch”, fronteras abiertas, regulaciones, política de identidad, y un internacionalismo estilo Unión Europea.
La idea de Oprah Winfrey como candidata el 2020 y la resistencia de los demócratas contra todo lo que huela a Trump, revela lo que puede suceder cuando un partido es reducido a definirse como no ser parecido al presidente que es de la oposición. Los republicanos aprendieron esa lección en sus 4 intentos fallidos para derrotar a Roosevelt. En 1980 los demócratas tenían muy poco que ofrecer al país, mas que la promesa de no ser como quien describían el “payaso Reagan”, ya sabemos lo sucedido. Los saboteos partidistas para cerrar el gobierno tampoco es una buena estrategia—como los republicanos aprendieron en el desastre político cuando enfrentaron a Bill Clinton en 1995-96. En este 2018, tal vez sea suficiente para candidatos al congreso utilizar la estrategia anti Trump, sin expresar sólidos puntos de vista en los diferentes temas.
Lo que es cierto acerca de su primer año, es que las encuestas presentes son irrelevantes y no hay que prestarles mucha atención. Donald Trump, destruyó a sus 16 rivales en las primarias de su partido. El candidato de la risa, Trump, derrotó al candidato demócrata más experimentado, con las mejores mañas y sin escrúpulos para usarlas, mejor financiado, favorito de la media, de republicanos como John McCain, Mitt Romney, Bush, Kasich, etc., de Hollywood, de toda Europa y América Latina, y aun así provocaba una avalancha de la cual no se tiene memoria. El primer año del presidente que calificaban de inepto y loco, no fue progresista, tampoco sin dirección, fue marcado por la gobernanza conservadora más exitosa desde la era de Ronald Reagan.
Los enemigos de Trump insisten que su karma se ve ya en el horizonte. Aseguran que carácter es destino. Que la arrogancia de Trump lo deba conducir a su némesis. Pero, entre tanto, la mitad del país está feliz de que el establishment se haya desacreditado tanto en su imparable y prejudicial intento para destruir su agenda y, hasta hoy, feliz por el éxito de la presidencia que ellos condenaban al fracaso.
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