“SI LA REDUCCIÓN DE IMPUESTOS NO VA ACOMPAÑADA DE UNA REDUCCIÓN DEL GASTO PÚBLICO, MEJOR QUE NO SE HAGA, YA QUE A LA LARGA PUEDE SALIR MÁS CARO EL CALDO QUE LAS ALBÓNDIGAS.”
Si se hace realidad el recorte de impuestos en los Estados Unidos, y hay una buena probabilidad de que así sea, la economía mexicana perderá lo que la subsecretaria de Hacienda, Vanessa Rubio, ha llamado “competitividad fiscal”. ¿Cómo evitarla? Realizando una reforma fiscal que, por lo menos, mantenga a la economía mexicana en la misma posición relativa en la que se encontraba, con relación al sistema tributario estadounidense, antes de la reforma tributaria de Trump, lo cual, si no se hace como es debido, más valdría que no se hiciera.
Sin duda que, partiendo del engendro tributario que padecemos en México, una reforma que dé como resultado el cobro de menos impuestos, sobre todo a las empresas, daría como resultado más inversiones directas, mayor producción de bienes y servicios, mayor creación de empleos, y mayor generación de ingresos, todo lo cual podría dar como resultado, con menos impuestos y/o menores tasas impositivas, una mayor recaudación (¿se acuerdan de mi tocayo, Arthur Laffer, y su famosa curva?).
Dicho lo anterior, ¿cuál es el requisito indispensable para la realización correcta (ojo: correcta) de una reforma tributaria, que elimine y/o reduzca impuestos? Que vaya acompañada de un recorte equivalente en el gasto gubernamental: menos y/o menores impuestos = menos recaudación = menor gasto. De no darse esto último mejor que no se dé lo primero, ya que a la larga puede salir más caro el caldo que las albóndigas.
Supongamos que el gobierno mexicano, con el fin de mantener la “competitividad fiscal” ante la más que probable reforma tributaria de Trump, decide eliminar y/o reducir impuestos, lo cual, en el 2018, le puede redituar electoralmente al PRI. La pregunta es si, además, estaría dispuesto a compensar esa eliminación y/o reducción con un recorte equivalente en su gasto, lo cual puede resultarle, electoralmente, contraproducente. Si no está dispuesto a esto último, dada la ampliación del déficit presupuestario que ello supondría (más gasto gubernamental financiándose, no con impuestos, sino con más deuda), más valdría que no lo hiciera.
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